Fernando Botero
Pocos artistas
hispanoamericanos han logrado tanta repercusión a nivel internacional como el
pintor y escultor colombiano Fernando Botero. Su personalísimo estilo, que
tiene entre sus rasgos más fácilmente identificables el agrandamiento o la
deformación de los volúmenes, ha merecido la admiración tanto de la crítica
como del gran público, que no puede sustraerse a la singular expresividad de
una estética en la que las problemáticas humanas y sociales ocupan un lugar
prioritario.
Nacido
en Medellín en 1932, Fernando Botero fue el segundo de los tres hijos de la
pareja formada por David Botero Mejía y Flora Angulo de Botero. Aunque en su
juventud estuvo durante un corto lapso de tiempo en la Academia de San Fernando
en Madrid y en la de San Marcos en Florencia, su formación artística fue
autodidacta. Sus primeras obras conocidas son las ilustraciones que publicó en
el suplemento literario del diario El Colombiano, de su ciudad natal.
A
los 19 años viajó a Bogotá, donde hizo su primera exposición individual de
acuarelas, gouaches, tintas y óleos en la Galería Leo Matiz, y con lo recaudado
vivió algún tiempo en Tolú. De su estancia allí saldría el óleoFrente al mar, con el que obtuvo el
segundo premio de pintura, consistente en dos mil pesos, en el IX Salón Anual
de Artistas Colombianos. El crítico Walter Engel, en El Tiempo del 17 de agosto
de 1952, encontró que tenía "una composición vigorosa, bien construida y
bien realizada", pero el escritor Luis Vidales lo criticó por su
"inconceptual alargamiento de las figuras".
Viajó entonces Botero a
Europa, donde residió por espacio de cuatro años, principalmente en Madrid,
Barcelona, París y Florencia. Aunque ingresó en las academias mencionadas,
siguió formándose a base de leer, visitar museos y, sobre todo, pintar, como él
mismo diría. Luego viajó a México, Nueva York y Washington en un período de
febril creación y escasos recursos económicos, acompañado de su esposa Gloria
Zea. De nuevo en Colombia, Botero compartió el segundo premio y medalla de
plata en el X Salón de Artistas Colombianos, con Jorge Elías Triana y Alejandro
Obregón. Su óleo Contrapunto fue alabado por los críticos
unánimemente, por su alegría contagiosa.
La camera degli sposi obtuvo
el primer premio en el XI Salón Nacional celebrado en septiembre de 1958. En
esta obra Botero logró deshacerse de una lejana influencia del muralismo
mexicano y dirigirse, sin titubeos y por medio de su admiración a los artistas
del Renacimiento italiano, hacia la consolidación de lo que alguien llamó el
"boteroformismo".
El
pintor había manifestado desde hacía cuatro años su admiración por el sereno
monumentalismo de Paolo Ucello y por lo que Marta Traba llamó "un
Renacimiento de piedra, por la concepción-bloque de las formas", que
también manejó Piero de la Francesca; en el Homenaje a Mantegna, la exacerbación
de los volúmenes y la concreción o formas geométricas básicas (que Walter Engel
relacionó con las esculturas precolombinas de San Agustín) lograron el
nacimiento de una pintura "profundamente original, tan antibarroca como
anticlásica, tan antiexpresionista como antiabstracta", en palabras de
Traba. De todas maneras, el premio en el XI Salón fue consagratorio.
Entre
1961 y 1973 fijó su residencia en Nueva York. Luego viviría en París,
alternando su residencia en la capital francesa con largas estancias en
Pietrasanta o su finca en el pueblo cundinamarqués de Tabio. Hacia 1964,
Fernando Botero hizo sus primeras incursiones en el campo escultórico con obras
como Cabeza de obispo, figura que, hecha en pasta de aserrín y con
ojos de vidrio, tenía claras reminiscencias de la imaginería colonial barroca.
A partir de 1975, en Pietrasanta, se dedicaría a la escultura con entusiasmo:
"Parecía como si todo ese universo de figuras monumentales que fue
desarrollando en la pintura -escribe Escallón- hubieran encontrado total eco en
la tridimensionalidad. Hoy en día, la una alimenta a la otra. Gran parte de la
riqueza imaginativa viene de la pintura, que le da ideas, soluciones, posibilidades...
Botero desarticula la estructura pictórica para sintetizar la forma en una
unidad escultórica".
En
1977 expuso sus bronces por primera vez en el Grand Palais de París. Tras
cuatro decenios de labor ininterrumpida, su reconocimiento en el campo
escultórico se hizo también universal. Apoteósica fue la exposición de sus
enormes esculturas en los Campos Elíseos en París durante el verano de 1992, y
en el año siguiente en la Quinta Avenida de Nueva York, en Buenos Aires y en
Madrid.
Convertido
ya en uno de los artistas vivos más cotizados del mundo, Botero no ha dejado
nunca, sin embargo, de alzar la voz contra la injusticia y de mantener su arte
en línea con la realidad histórica y social. Sirve para ilustrarlo una de sus
más recientes series pictóricas, la que realizó sobre las torturas cometidas
por los marines en la cárcel iraquí de Abu Ghraib (2003), en el marco de la
ocupación norteamericana de Iraq. Presentada en 2005 en el Palacio Venecia de
Roma, la fuerza turbadora de esta colección de cincuenta lienzos atestiguó
además que el pulso y la creatividad del artista no ha menguado en absoluto con
los años.
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